PROYECTO EME

Historia inventada sobre una foto

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Nosferatu el Vampiro


Giró el pomo de la puerta y entró. Con un movimiento sigiloso cerró la puerta acariciando la fría y áspera madera y acercó su mejilla tanto que podía sentirla como una extensión más de su propio cuerpo. De repente se dio la vuelta con un movimiento casi mecánico. Aún pegado al bloque de madera, echó un vistazo a su alrededor. Parecía fatigado. Olía a polvo almacenado de años, a una mezcla entre incienso, humedad y sudor. Alumbraba una antigua lámpara forjada en una de las esquinas de la habitación, proporcionando unos rayos luminosos casi metálicos, envolviendo todo a  su paso como de una manta arácnida se tratase.
Al otro extremo de la habitación una vieja mecedora de roble con una roída manta negra reposada en uno de sus brazos. Y frente a ella un espejo tapado con una tela del mismo color de la manta.

Justo en el centro, un gran ventanal cubierto por unas cortinas roídas que no dejaban pasar ni un solo rayo de luz. La lámpara era la estrella solista, la protagonista lumínica de la habitación. El personaje se despegó de la puerta y fue hasta la mecedora. Frente a ella, y sin sentarse miraba fijamente al espejo tapiado. No podía ver nada más que una tela negra de lino tan áspera y arrugada como su viejo rostro. Pasado unos minutos flexionó sus rodillas y se dejó caer en la vieja mecedora que le respondió con un crujido mortífero.

Estiró las piernas. El viento susurraba entre las vigas de madera del techo. Cogió la manta y se cubrió todo lo que pudo. No obstante el viento que se colaba entre las grietas, le acariciaba provocándole un leve escalofrío placentero. Poco a poco su pestañeo era más pausado y su respiración más profunda. Ya, con los ojos cerrados, escuchó un sonido al lado de la ventana. Agudizando su oído y sin abrir los ojos sabía que era ella, una de las ratas que se colaba desde el desván. La llamaba Dipsy, como la ratita protagonista de aquellos dibujos animados que solía ver su hijo en la hora de la comida, aunque ésta no vestía de rosa ni era tan educada como la que él llevaba en su recuerdo. Una lágrima brotó de uno de sus ojos, deslizándose poco a poco por sus fracciones, pero no llegó demasiado lejos. Su piel estaba tan seca que absorbió toda su pena sin dejar rastro alguno.

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